"Se debe fomentar el pensamiento positivo sin dejar que factores como la ansiedad, la depresión o el miedo irracional interfieran en el quehacer cotidiano de los adultos mayores, el envejecimiento no tiene por qué ser estresante"
“Las Personas Mayores son la memoria de un pueblo y maestros de la vida. Cuando una sociedad no cuida a sus ancianos niega sus propias raíces y simplemente sucumbe”
Escuela de Ciencias del Envejecimiento
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Desde la perspectiva de la logoterapia, defendida por Frankl, la terapia psicoanalítica —también conocida como psicología profunda— se nos aparece como una psicoterapia enmascaradora, puesto que no va más allá de lo que realmente preocupa al hombre (la busca de sentido), sino que enmascara esta preocupación, a través de interpretaciones, por cuya virtud se centra exclusivamente la preocupación humana en algo periférico (la satisfacción sexual).
Por otra parte, el psicoanalista jamás da la cara al paciente. Parapetado en la neutralidad y en la indiferencia —con esos eufemismos suele describir la situación terapéutica—, reconduce al cliente, a través de sus interpretaciones y silencios, a donde éste ni quiere ni se ha planteado ir: a contar sus experiencias sexuales. Al hacer de la sexualidad la columna vertebral del análisis psicoterapéutico, inevitablemente se conduce al paciente a la consideración de que su sexualidad está alterada, (precisamente por eso, debe ser analizada), al tiempo que se le crea la falsa expectativa de que sus traumas des-aparecerán, cuando las represiones a las que la sexualidad fue sometida dejen de estar latentes y se hagan manifiestas, gracias al psicoanálisis. Al proceder así, el psicoanalista actúa como una mano invisible, como un psicólogo sumergido que, desde su escondite, mueve los hilos del guiñol en que ha transformado a su paciente.
La experiencia de encontrarse existiendo revela un acontecimiento absoluto: aquello por lo que se me da todo lo que se me da, de manera que sin ello no se me da nada por ningún otro acontecimiento.
La situación de encontrarse existiendo, cuando uno no tiene en sí la razón de su ori-gen ni la razón de; su término, permite alcanzar por nuestra autoconciencia el hecho de la donación de nuestra propia existencia. Más aún, el mismo hecho de encontrarse existiendo también me ha sido dado e inicialmente no me pertenece, es decir, no es mío aunque erróneamente lo pueda considerar como lo mío. La autoconciencia de este acontecimiento absoluto da sentido a la vida del hombre, porque la defiende de cualquier enajenación o posible extravío. Esa misma radicalidad de la autoconciencia de encontrarse existiendo puede constituirse en la fuente que da sentido a la propia vida, puesto que encamina a ésta a estar permanentemente dispuesta a darse a sí misma.
En este juego incesante de la aceptación de lo dado y de la permanente disponibilidad del darse es donde emerge la experiencia de la libertad y la misma libertad humana. Este juego es el que en verdad realiza al hombre que, en tanto que aceptante/donante de sí mismo, está siempre y prontamente dispuesto a la solidaridad, sin caer en la seducción ni en la fascinación de tomarse lo dado a sí mismo como algo propio que le perteneciera.
En mi opinión, en esto consiste el sentido de la vida. Como escribe Frankl, “el hombre en último término puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido fuera en el mundo, y no dentro de sí mismo. En otras palabras, la autorrealización se escapa de la meta elegida al tiempo que se presenta como un efecto colateral, que yo defino como auto trascendencia de la existencia humana. El hombre apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es él mismo, hacia algo o alguien, hacia un sentido cuya plenitud hay que lograr o hacia un semejante con quien uno se encuentre.